Nota: Podeís leer esta entrada sin ningun problema, ya que la historia de este capitulo la protagoniza otro personaje. Espero que os guste. Como siempre, mis mas sinceros agradecimientos a todos.
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“El infierno está todo en esta
palabra: Soledad” se oyó en el altavoz que estaba bajo una fotografía. La
imagen de un hombre asiático con el pelo negro y con una coronilla. Sus ojos cerrados y negros
hacían el mismo efecto que hace la Mona Lisa de DaVinci; parecía que te miraba
fijamente mientras permanecías en la
sala. Jason tuvo que perder su hora de comer para hablar con el psicólogo,
Robert. Concretó una cita a cuenta de que no podía dormir. Su sistema
operativo, viejo y anticuado (lo tenía desde que nació), hizo que Robert perdiera más de media hora en
compatibilizar la receta para que la
pudiera instalar.
Al igual que todos aquellos hombres y mujeres que trabajaban en
el Sector 7-G, Jason no se podía permitir un nuevo sistema de transferencia
intracraneal. Por lo tanto, tampoco
podía usar el sistema ARV ni ningún otro que era imprescindible para tener una
calidad de vida estándar. Volvió a
trabajar, puesto que no tuvo tiempo para instalar la receta en su cerebro. Le tocaba turno de noche, aunque solo el
reloj colgado en la sala de montaje mostraba un ápice de que el tiempo pasaba
en aquella enorme factoría. Las luces
fluorescentes siempre estaban encendidas y daban una visibilidad más que
notable a toda la fábrica. Para no gastar en electricidad (ya que apagar la
este tipo de luz gasta más encenderla que mantenerla), nunca se apagaban las
bombillas. Podría resultar incómodo, pero la población estaba más que
acostumbrada a dormir con la luz encendida.
Comió un poco de arroz que le había
guardado su amigo John, nada más verle por el pasillo, yendo a la zona de
embalajes de la empresa nacional.
“Pensar de manera individual es
pensar en lo terrenal, en la maldad. Solo pensando por y como el colectivo
puede, el hombre, ser bueno y puro”.
Se sabía todas las frases que sonaban a cada hora por los altavoces. Las
había oído tantas veces, que ya había perdido todo el significado en su mente.
Solo eran sonidos articulados sacados de una bocina gris.
Llegaron sin hablar entre ellos
nada. Las únicas dos frases fueron las más normales cuando hay alguien que le
hace un favor a otro:
-Gracias.
-De nada.
Entre ellos podían hablar en chino,
pero se comunicaban en lenguaje universal, ingles. Estaban acostumbrados a
usarlo. Más del ochenta por ciento de las conversaciones se hacían en
universal, incluso los documentos oficiales de cada país estaban en ese idioma.
Abrieron las puertas grises que les llevaban a la sala principal. Esta vez,
tuvieron que cruzar la mitad de la zona de trabajo a porque la parte de envíos
estaba en una esquina, al lado de las estaciones de carga. Tardaron más de diez minutos en llegar a su
zona.
Una larga
cola de plástico negra pasaba horizontalmente lo largo la sala. La cinta hacia
un leve zumbido que parecía un pequeño susurro constante, como cuando alguien
te cuenta un secreto al oído. Sin embargo, este susurro no decía nada. Llegaron
finalmente al final de la sala y se pusieron los monos de trabajo. A
John le tocaba apilar los materiales en uno de esos coches que cogen palés. A
Jason, le tocaba preparar los envíos.
Empezó a
precintar sistemas de ARV. Esos sistemas que él nunca iba a utilizar en toda su
vida. Cogía la factura, lo leía y metía el informe en el fondo de una caja
llena de corcho. Luego cogía el modelo de sistema ARV que correspondía con el
pedido, y lo metía dentro de la caja y la precintaba. Así eran todos los días.
O todas las noches. A veces, no sabía si quiera estaba soñando o no.
Porque también soñaba con su trabajo. Cajas. Cajas. Y cajas.
Estuvo media
hora trabajando y ya había perdido la cuenta de las cajas que
había ya, embalado. El seguía y seguía, metiendo informes
y sistemas ARV. Empaquetando y precintando. Cajas marrones. ARV rojos. Facturas
amarillas.
Y el ruido de
afuera, tampoco ayudaba. La voz del megáfono. El coche levantando y dejando
palés. Los pasos de los obreros que entraban y salían de la sala. Las puertas
principales abriéndose y cerrándose.
Todo, todo
esto era para el baile y la sinfonía del Tedio. De pronto, algo le
zarandeó fuertemente. Lo sintió tan fuerte que se giró lo más rápido que
pudo. John le estaba agarrando del brazo:
-Te estas
durmiendo y el gerente está haciendo una revisión.
Miró a las
cajas que ya había empaquetado. Había tantas que se negó a contarlas y siguió
empaquetando.
Y así siguió.
Caja, tras caja, tras caja. La bocina gris anunciaba:
“El trabajo
nos libera de pensar para nosotros mismos”.
Y siguieron
las cajas. Y las cajas. Y las cajas.
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