martes, 16 de febrero de 2016

8º Entrada: Sin nombre (Novela) Capitulo 2.

Link al capitulo 1: http://productosdelanecedad.blogspot.com.es/2016/02/3-entrada-sin-nombre-novela.html
Nota: Podeís leer esta entrada sin ningun problema,  ya que la historia de este capitulo la protagoniza otro personaje. Espero que os guste. Como siempre, mis mas sinceros agradecimientos a todos.
2
“El infierno está todo en esta palabra: Soledad” se oyó en el altavoz que estaba bajo una fotografía. La imagen de un hombre asiático con el pelo negro y  con una coronilla. Sus ojos cerrados y negros hacían el mismo efecto que hace la Mona Lisa de DaVinci; parecía que te miraba fijamente  mientras permanecías en la sala. Jason tuvo que perder su hora de comer para hablar con el psicólogo, Robert. Concretó una cita a cuenta de que no podía dormir. Su sistema operativo, viejo y anticuado (lo tenía desde que nació),  hizo que Robert perdiera más de media hora en compatibilizar la receta para que la pudiera instalar.
Al igual que todos aquellos hombres y mujeres que trabajaban en el Sector 7-G, Jason no se podía permitir un nuevo sistema de transferencia intracraneal.  Por lo tanto, tampoco podía usar el sistema ARV ni ningún otro que era imprescindible para tener una calidad de vida estándar.  Volvió a trabajar, puesto que no tuvo tiempo para instalar la receta en su cerebro. Le tocaba turno de noche, aunque solo el reloj colgado en la sala de montaje mostraba un ápice de que el tiempo pasaba en aquella enorme factoría.  Las luces fluorescentes siempre estaban encendidas y daban una visibilidad más que notable a toda la fábrica. Para no gastar en electricidad (ya que apagar la este tipo de luz gasta más encenderla que mantenerla), nunca se apagaban las bombillas. Podría resultar incómodo, pero la población estaba más que acostumbrada a dormir con la luz encendida.
Comió un poco de arroz que le había guardado su amigo John, nada más verle por el pasillo, yendo a la zona de embalajes de la empresa nacional.
“Pensar de manera individual es pensar en lo terrenal, en la maldad. Solo pensando por y como el colectivo puede, el hombre, ser bueno y puro”.
Se sabía todas las frases que  sonaban a cada hora por los altavoces. Las había oído tantas veces, que ya había perdido todo el significado en su mente. Solo eran sonidos articulados sacados de una bocina gris.
Llegaron sin hablar entre ellos nada. Las únicas dos frases fueron las más normales cuando hay alguien que le hace un favor a otro:
-Gracias.
-De nada.
Entre ellos podían hablar en chino, pero se comunicaban en lenguaje universal, ingles. Estaban acostumbrados a usarlo. Más del ochenta por ciento de las conversaciones se hacían en universal, incluso los documentos oficiales de cada país estaban en ese idioma. Abrieron las puertas grises que les llevaban a la sala principal. Esta vez, tuvieron que cruzar la mitad de la zona de trabajo a porque la parte de envíos estaba en una esquina, al lado de las estaciones de carga.  Tardaron más de diez minutos en llegar a su zona.
Una larga cola de plástico negra pasaba horizontalmente lo largo la sala. La cinta hacia un leve zumbido que parecía un pequeño susurro constante, como cuando alguien te cuenta un secreto al oído. Sin embargo, este susurro no decía nada. Llegaron finalmente al final de la sala y se pusieron los monos de trabajo.  A John le tocaba apilar los materiales en uno de esos coches que cogen palés. A Jason, le tocaba preparar los envíos.
Empezó a precintar sistemas de ARV. Esos sistemas que él nunca iba a utilizar en toda su vida. Cogía la factura, lo leía y metía el informe en el fondo de una caja llena de corcho. Luego cogía el modelo de sistema ARV que correspondía con el pedido, y lo metía dentro de la caja y la precintaba. Así eran todos los días. O todas las noches.  A veces, no sabía si quiera estaba soñando o no. Porque también soñaba con su trabajo. Cajas. Cajas. Y cajas.
Estuvo media hora trabajando y ya había perdido la cuenta de las cajas que había  ya, embalado.  El seguía y seguía, metiendo informes y sistemas ARV. Empaquetando y precintando. Cajas marrones. ARV rojos. Facturas amarillas.
Y el ruido de afuera, tampoco ayudaba. La voz del megáfono. El coche levantando y dejando palés. Los pasos de los obreros que entraban y salían de la sala. Las puertas principales abriéndose y cerrándose.
Todo, todo esto era para el baile y la sinfonía del Tedio.  De pronto, algo le zarandeó fuertemente. Lo sintió tan fuerte que se giró lo más rápido que pudo.  John le estaba agarrando del brazo:
-Te estas durmiendo y el gerente está haciendo una revisión.
Miró a las cajas que ya había empaquetado. Había tantas que se negó a contarlas y siguió empaquetando.
Y así siguió. Caja, tras caja, tras caja. La bocina gris anunciaba:
“El trabajo nos libera de pensar para nosotros mismos”.


Y siguieron las cajas. Y las cajas. Y las cajas.

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